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Antecedentes

Antecedentes de la batalla

Sumario

Introducción
La batalla de Madrid
La ofensiva inicial

Introducción

    Julio de 1937. Tras un año de guerra, más de la mitad del territorio había caído en manos de los sublevados, y la Segunda República, sin un plan militar o un ejército organizado, solo ha podido defenderse. Había conseguido mantener el control de las ciudades más importantes, como Madrid, Barcelona o Valencia, impidiendo así el triunfo del golpe de estado, pero día a día iba perdiendo terreno. Su problema no era la falta de generales, pues tenía, y algunos muy buenos, sino la falta de un ejército. A diferencia de los sublevados, el grueso de las fuerzas republicanas consistía en grupos de milicianos que, aunque tenían coraje y ganas de luchar, eran indisciplinados e incompetentes a la hora de enfrentarse a un ejército real. Luego también estaba el problema del apoyo internacional. Los sublevados rápidamente recibieron la ayuda de la Alemania Nazi y la Italia fascista, mientras que las democracias europeas dieron la espalda a la república, en un intento de evitar un conflicto mayor. Es cierto que llegaron miles de voluntarios de decenas de países distintos para luchar por la república (los integrantes de las famosas Brigadas Internacionales), pero eso no era suficiente. Esto supuso la necesidad de comprar armas a la Unión Soviética, que ponía precios excesivos.

    Pero los republicanos, en un intento de cambiar las tornas, trataron de organizar las milicias y convertirlas en un ejército, y se prepararon para realizar una de las ofensivas más importantes de toda la Guerra Civil: la batalla de Brunete. Pero antes de hablar de esa batalla, debemos ponernos en contexto. Retrocedamos unos meses atrás, concretamente hasta noviembre de 1936. 

Fotografía de artilleros republicanos preparándose para lanzar la ofensiva sobre Brunete que ha ordenado el Alto Mando Central.

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La batalla de Madrid

La ofensiva inicial

 

     A comienzos de noviembre de 1936, Madrid se encontraba en grave peligro. El general republicano Asensio Torrado fue incapaz de frenar el avance del ejército de África por el sur, y tras la liberación del Alcázar de Toledo y el nombramiento de Franco como Generalísimo de los sublevados, los rebeldes centraron su atención a la capital. Los milicianos madrileños habían conseguido impedir el golpe inicial del general Fanjul y frenar el asalto del general Mola por la sierra de Madrid, pero la ciudad se encontraba vulnerable, y los nacionales sabían la toma de Madrid les podía asegurar la victoria.

     Los republicanos, que sabían que una ofensiva a Madrid era inminente, comenzaron a prepararse como pudieron. Por suerte para ellos, la decisión de Franco de desviarse a Toledo para salvar a las fuerzas del coronel Moscardó y su posterior nombramiento como Generalísimo había dado tiempo suficiente a los republicanos para preparar las defensas de la ciudad, y la intensiva propaganda republicana para llamar a los ciudadanos a las armas efecto. Además, comenzaron a llegar los primeros internacionales, que formarían la XI y XII Brigadas Internacionales, y las primeras tandas de material soviético, lo que contribuyó al entusiasmo de los madrileños.

     A pesar de todo, la situación no dejaba de ser delicada, tanto es así, que el gobierno republicano se vió obligado a mover su sede a Valencia. Para la noche del día 6, dos días antes de la batalla, el general Miaja, encargado de la defensa de la capital, desconocía la cuantía de sus recursos. No sabía con cuantos hombres armados contaba, ni donde se encontraban exactamente. Además, como ya hemos dicho antes, eran casi todos milicianos, mal organizados y con los recursos aún peor distribuidos.

     Por otro lado, el ejército sublevado, aunque no contaba con demasiados recursos, estaba perfectamente organizado y formado principalmente por legionarios y regulares, las mejores tropas del ejército español anterior a la guerra. Para el asalto a Madrid, que fue planeado por el general Varela, contaban con 15.000 soldados repartidos en 8 columnas. Su plan era mandar un par de divisiones atacar por el sur, en el barrio de Carabanchel, a modo de distracción, mientras que el grueso de sus fuerzas atacaban por la Ciudad Universitaria y la Casa de Campo. De ese modo, las fuerzas nacionales quedaron distribuidas para que atacaran simultáneamente, cada columna con su propia artillería y con escasas reservas, con lo que no podrían hacer profundizar un ataque con éxito o socorrer al que fracasara. Este despliegue mostraba claramente la confianza de los sublevados a la táctica de las columnas, que tan bien les había funcionado hasta entonces.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

    Pero la excesiva confianza de los rebeldes les jugaría una mala pasada. El día previo al asalto, 7 de noviembre, la Segunda República tuvo un golpe de suerte. Un oficial de carros italiano murió en primera línea, y tras registrar su cadáver unos milicianos hallan las instrucciones para el gran asalto. Gracias a esto, el general Miaja ya supo que hacer, y concentró el grueso de sus tropas en la Casa de Campo. 

     El día 8 de noviembre comenzó la batalla, y ambos bandos lucharon ferozmente. Los mandos republicanos trataban de organizarse como podían en medio del caos y la escasez de materiales, mientras que los nacionales trataban de romper las líneas enemigas, viendo como su ofensiva se había convertido en una carnicería. Se combatía tan cerca del centro de la ciudad, que los cobradores del tranvía gritaban “¡Al frente, 5 céntimos!”. 

    Los nacionales finalmente lograrían hacer algunos avances entre el 15, 16 y 17 de noviembre, cuando las tropas sublevadas lograron cruzar el río Manzanares y plantarse en la Ciudad Universitaria. Aunque consiguieron pasar las primeras defensas, ya que los milicianos huyeron del ejército de África, acabaron siendo frenados en el límite con los primeros barrios residenciales. Finalmente, Franco, harto de perder hombres y armamento sin resultados, mandó el 23 de noviembre el cese de los ataques por tierra. Por primera vez en la guerra, el ejército de África había sido detenido.

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Fotografía de Francisco Franco, acompañado del general Mola (detrás de Franco, a la derecha) tras ser proclamado jefe del Estado. Fue tomada el 1 de octubre de 1936 en Burgos.

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Fotografía del Batallón Thälmann tras su llegada a Madrid, el 7 de noviembre de 1937.

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A la izquierda, una fotografía de varios milicianos republicanos tras un parapeto en La glorieta de las Pirámides, Madrid, el 7 de noviembre de 1936. Arriba una fotografía del general José Miaja.

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Arriba, una fotografía del general José Enrique Varela. A la derecha, una fotografía de soldados nacionales de la Columna Castejón saliendo de Almorox, camino de Madrid, en octubre de 1936.

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Fotografía de cuatro regulares disparando tras un parapeto en la Puerta del Zarzón, en la Casa de Campo, en noviembre de 1936.

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Fotografía de varios miembros de la XII Brigada Internacional (concretamente del Batallón Thälmann), en el Hospital Clínico, Ciudad Universitaria de Madrid, el 17 de noviembre de 1936.

El asedio y las maniobras envolventes

El asedio y las maniobras envolventes

 

    Tras el fracaso de los nacionales en la ofensiva de Madrid, el frente quedó estabilizado. Los milicianos, como un ejército de topos, comenzaron a construir alrededor de la capital un conjunto de trincheras y refugios, mientras los mandos republicanos trataban de resolver los problemas de organización y abastecimiento. Mientras tanto, los nacionales decidieron asediar la ciudad: bombarderos alemanes, que ya entraron en acción en la ofensiva inicial, comenzaron a bombardear la ciudad para minar la moral de la población, mientras que los mandos sublevados comenzaron a planear operaciones envolventes para aislar Madrid.

     El primero de estos intentos fue la segunda batalla de la carretera de La Coruña, támbien conocida como la batalla de la niebla, que transcurrió entre el 14 y 23 de diciembre de 1936. Los objetivos de la operación eran romper el frente en Villanueva de la Cañada y Boadilla y avanzar entonces por terreno despejado hasta la carretera de La Coruña, cortando así las comunicaciones entre la ciudad y la sierra del Guadarrama. La ofensiva fracasó, debido a la niebla, que les impidió aprovechar su superioridad aérea y artillera, y su exceso de confianza, subestimando a su enemigo, que luchó con más fiereza de la anticipada. Acabaron estancados en los pueblos de Boadilla y Cañada. 

     Después vino la batalla del Jarama, entre el 6 y 27 de febrero de 1937, que se considera la primera batalla moderna de la guerra. La ofensiva fue dirigida por el general Varela y supervisada por el general Orgaz. Esta vez atacaron por el sudeste, concretamente desde Villalverde, con la intención de cruzar el río Jarama, tomar Arganda del Rey para  controlar la carretera a Valencia, y después subir hasta Alcalá de Henares para tomar la carretera de Barcelona. Al principio la operación parecía ir con buen pie, gracias al efecto sorpresa, y consiguieron cruzar el río el día 12, tras tomar los puentes de Pindoque y San Martín de la Vega, pero acabaron estancados en el cerro del Pingarrón, donde las mejores tropas de uno y otro bando se enfrentaron en combates sangrientos por la posición. Al final los nacionales se quedaron con  el cerro, pero fueron incapaces de seguir avanzando.

     La última de estas ofensivas sería la batalla de Guadalajara, entre el 8 y 21 de marzo de 1937. En esta operación, dirigida por el general Roatta, del Corpo di Truppe Volontarie, y con el apoyo de la División Soria, trataron de rodear Madrid por el noroeste, desde el sector Guadalajara-Somosierra hasta Alcalá de Henares. Partiendo desde el sur de Sigüenza, consiguieron avanzar hasta el día 11, pero el mal tiempo dificultó su avance y desmoralizó a los soldados del CTV, carente de experiencia y ganas de luchar. A partir el 12 de marzo, las tropas republicanas del sector Jarama, que aunque cansadas tenían la moral alta, contando con el apoyo de la XI y XII brigadas internacionales y los tanques y aviones soviéticos, acabaron cambiando las tornas de la batalla, y consiguieron hacer retroceder a su enemigo hasta Argecilla y Masegoso, capturando muchos prisioneros y material. Esta sería una de las pocas victorias de la Segunda República, y una terrible humillación para los italianos.

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Fotografía de un cráter en la Puerta del Sol, Madrid, tras la caída de un proyectil durante un bombardeo, que llega hasta el túnel del metro. Fue tomada 17 de noviembre de 1936.

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Fotografía de la parroquia de San Miguel, en las Rozas, tras la batalla de la niebla, en enero de 1937.

Fotografía de miembros del batallón Lincoln durante la batalla del Jarama, en febrero de 1937.

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Fotografía de prisioneros italianos capturados en Brihuega, Guadalajara, en marzo de 1937.

La pérdida de Málaga

La pérdida de Málaga

     Pero la república no consiguió parar a los sublevados en todos los frentes. La ciudad de Málaga, uno de los últimos territorios republicanos en Andalucía occidental, acabó cayendo. La ciudad, que no había sido agobiada por los sublevados, no se había preparado en condiciones para la guerra. Cuando el coronel Villalba fue enviado para organizar las defensas, tras el fracaso de varios gobernadores civiles y militares, se encontró un panorama desalentador. No había más que 12.000 hombres indisciplinados armados con 8.000 fusiles, algunas escopetas de caza, una docena de cañones y munición escasa. Además, no contaban con apoyo marítimo, pues el gobierno se negó a desplegar la ruinosa flota republicana, en la cercana base de Cartagena, por miedo a perderla contra los superiores acorazados italianos.

    No es sorprendente que cuando decidieron tomarla, el 3 de febrero de 1937, tardaron menos de una semana en capturarla. Atacaron desde tres frentes, con bombardeos tanto desde el mar como desde el aire azotaron la ciudad. Villalba fue incapaz de organizar el ejército, y tanto milicianos como civiles huyeron de la ciudad. Los nacionales se aseguraron de dejar una vía de salida, la carretera de Motril, para evitar encontrarse con una resistencia desesperada en la ciudad, y funcionó.

     Las tropas sublevadas e italianas entraron sin resistencia en la ciudad el 7 de febrero. Los partidarios del alzamiento los recibieron con entusiasmo, mientras que, por la carretera de Motril, miles de personas aterrorizadas trataban de llegar a Almería, siendo bombardeados y ametrallados hasta el 14 de febrero. La carretera se cubrió de cadáveres. Esta derrota demostró a la Segunda República la ineficiencia de las milicias, y la necesidad de un ejército organizado.

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Fotografía de la ciudad de Cartagena y la base naval de la ciudad  hacia 1900.

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Fotografía de las tropas italianas a punto de entrar a Málaga por la carretera de los Montes, en febrero de 1937.

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Fotografía de refugiados republicanos huyendo de Málaga por la carretera de Motril, en febrero de 1937.

Comienzo de la campaña del Norte
El cruce del río Deva

Comienzo de la ofensiva del Norte

El cruce del río Deva 

 

     Tras el fracaso de los italianos en la batalla de Guadalajara y 5 meses de asedio sin éxito, Franco finalmente aceptó que la toma de Madrid no era ya viable, pues el Ejército republicano del Centro tenía suficiente capacidad de resistencia para contenerlos. Los sublevados decidieron cambiar de objetivo, y centraron su mirada hacia el norte de la península. La Segunda República aún tenía allí una importante franja de territorio, desde Asturias hasta Vizcaya, con defensores mal armados y muchos recursos económicos, como la zona industrial vasca y las minas asturianas.

     El 31 de marzo se dio la orden de comenzar el ataque, y 30.000 soldados, con apoyo aéreo y artillero, cruzaron el río Deva. Tomaron posiciones en algunos montes vizcaínos, y su avance fue acompañado por bombardeos como el de Durango el 31 de marzo y el especialmente mortífero de Guernica el 26 de abril. Fue la primera vez que se bombardeaba un núcleo urbano de manera tan arrasadora, causando gran cantidad de víctimas.

     La lucha por Vizcaya fue sangrienta, pudiéndose destacar las batallas de Las Intorchas, Peña Usala o el Bizkargui. Los milicianos vascos, más conocidos como gudaris, que carecían por completo de aviación y contaban con una artillería inferior a la de los nacionales, resistieron como pudieron, pero el avance nacional era imparable. El uso de la masa artillera de y de la aviación de los sublevados fue clave para torcer la balanza a su favor.

Fotografía de mineros asturianos en la mina de Baltasara, Asturias, en 1926.

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Fotografía del bombardeo de Durango desde un avión italiano, el 31 de marzo de 1937.

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Fotografía de miembros del batallón Celta CNT nº6 descansando en Larrabetzu (Vizcaya), a finales de mayo de 1937.

Problemas internos de la Segunda República

Problemas internos de la Segunda República

 

     Las pérdidas territoriales no eran el único problema de la Segunda República. Pese a enfrentarse a un enemigo común, los republicanos estaban divididos, a diferencia de los nacionales, que trabajaban juntos para ganar la guerra. Además, los partidos sublevados se unificaron con el decreto de Unificación el 20 de abril de 1937, y el Episcopado español firmó una Pastoral Colectiva en la que se alineaban con Franco el 1 de julio, acabando con las pocas diferencias que tenían.

    Las diferencias ideológicas entre los diferentes partidos republicanos provocaban frecuentes disputas entre ellos, que algunas veces escalaban a enfrentamientos violentos. El ejemplo más claro de esto son los sucesos acaecidos entre el 3 y 7 de mayo de 1937 en Barcelona, en los cuales las calles de la ciudad se tiñeron de sangre.
    La ciudad era, desde comienzos de la primavera de 1937, una bomba de relojería. 
Tenía características políticas muy peculiares: un Gobierno Autónomo, un poderoso movimiento anarquista, un partido comunista que controlaba a la UGT y un minúsculo partido revolucionario marxista, el POUM, enemistado a muerte con los comunistas. También tenía una economía principalmente industrial, por cuyo control se había desatado una encarnizada pugna entre el sindicalismo revolucionario, la UGT y la Generalitat, y una alta densidad de población, que aumentó con la llegada de refugiados que huían del frente. Y eso sin contar con las abundantes armas y provocadores de uno y otro signo. Solo hacía falta una chispa. Y esa chispa llegó el 3 de mayo. 

    Tres camiones de las fuerzas de asalto, por orden del consejero de Seguridad Interior del Gobierno de la Generalitat, fueron al edificio de Telefónica, situado en la Plaza de Cataluña y que había estado en poder de la CNT desde julio de 1936, para tratar de ocuparlo. Fueron recibidos a tiros por algunos militantes del CNT que se encontraban en su interior. La noticia del asalto a la Telefónica pronto se extendió por la ciudad. Acudieron anarquistas armados en ayuda de los sitiados. Fábricas y comercios se cerraron, y las barricadas volvieron a ocupar las calles. Este fue el comienzo de 4 días de sangrientos combates entre las fuerzas del gobierno, comunistas y socialistas principalmente, y los anarquistas de la FAI (Federación Anarquista Ibérica), jóvenes libertarios y militantes del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista). 

    Largo Caballero convocó urgentemente al Gobierno. Se acordó enviar una delegación con dos de los ministros anarquistas, García Oliver y Federica Montseny, y con algunos dirigentes de la CNT y de la UGT, para tratar de negociar con los anarquistas y marxistas. También se mandaron a Barcelona cerca de 5.000 guardias de asalto de Valencia por si no se conseguía llegar a un acuerdo. Todos los intentos de negociación resultaron infructuosos y los sangrientos combates continuaron durante los días 5 y 6. El 7 de mayo, los guardias de asalto llegaron a Barcelona, y con la ayuda de militantes del PSUC ocuparon la ciudad y acabaron con los últimos focos de resistencia. Para la tarde del 7, la normalidad, según George Orwell, testigo de aquellos hechos, "era casi absoluta". Se dio por oficial la cifra de cuatrocientos muertos y mil heridos.

     Después de estos sucesos, la CNT y la FAI perdieron todo su poder político en Cataluña, y el POUM fue totalmente liquidado. Quedaba por resolver el problema del gobierno. Desde la caída de Málaga en febrero, una pérdida importante para la república, los comunistas empezaron criticar abiertamente la dirección militar de Largo Caballero, al que consideraban que no era el hombre apropiado para poner unidad en el campo republicano ni orden en la retaguardia, mucho menos para ganar la guerra. Tras las Jornadas de Mayo de 1937, los republicanos y los socialistas de Indalecio Prieto acabaron por darle la espalda también. Aislado y sin contar siquiera con el apoyo total de su partido, Largo Caballero se ve obligado a dimitir el 17 de mayo.

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Ejemplar de El Correo Español nº1, en el que se anunció el Decreto de Unificación. Fue publicado en julio de 1937.

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Fotografía de la salida de los primeros voluntarios republicanos hacia el frente. Fue tomada en la Plaza de Cataluña, Barcelona, el  28 de agosto de 1936.

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Fotografía de Plaza de Sant Jaume, Barcelona, tras las Jornadas de Mayo de 1937.

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A la izquierda, una fotografía del Edificio de Telefónica, en la plaza de Cataluña, Barcelona, en 1929. A la derecha, una fotografía de varios sindicalistas disparando tras una barricada en Barcelona, en mayo de 1937.

El gobierno de Negrín
Cambios políticos y estratégicos
La situación en el norte y los ensayos de ofensiva
Planificación de la ofensiva de Brunete

El gobierno de Negrín

Cambios políticos y estratégicos

 

    Largo Caballero sería sustituido por Juan Negrín, un socialista moderado que hasta entonces ocupaba el cargo de ministro de Hacienda. Su nombramiento es causa de discusión entre los expertos aún hoy en día, pues hay muchos que afirman que fue elegido según los intereses del partido comunista y la Unión Soviética. Negrín tomó el testigo del gobierno con ganas, renovando el Gabinete y comenzando de inmediato reformas de gran calado, encaminadas a reconducir la situación civil y, sobre todo, la militar. Pues Negrín sabía que, si quería ganar la guerra, el Frente Popular tenía que tomar la iniciativa. Para ello, era necesario poner fin al conglomerado de milicias y convertirlas en un ejército, con una cadena de mando bien estructurada y tropas disciplinadas. Otras fuerzas políticas, como el partido comunista, compartían esta idea.

     La persona llamada para encabezar esta transformación militar fue el comandante Vicente Rojo, un ex profesor de la Academia Militar de Toledo y “teórico nada desdeñable”, en palabras del historiador Manuel Aznar. Fue nombrado Jefe del Estado Mayor el 20 de mayo de 1937. Vicente Rojo, aplicando toda su capacidad técnica, comenzó a diseñar unas unidades regulares organizadas de tal forma que fuesen capaces de pasar a la ofensiva. Negrín y Prieto, ministro de defensa, aceptaron su plan y en el espacio de dos meses consiguió organizar y preparar al Ejército Popular, mediante ejercicios de instrucción a marchas forzadas y la reagrupación de los milicianos en unidades, brigadas y divisiones. Además, Rojo comenzó a diseñar el escenario de las primeras operaciones ofensivas. 

    La creación de un auténtico ejército republicano recibió un aplauso de los medios, que lo recibieron como un acontecimiento mayor. El ABC, por ejemplo, publicó días antes de la batalla de Brunete: “La España democrática ha realizado el milagro de organizar un Ejército, una economía y una industria de guerra donde nada había, con la potencia creadora del ideal enfervorizado”. La República ya contaba con un ejército. Ya solo faltaba que demostrase, tanto al enemigo como a la comunidad internacional, que podía ganar batallas. 

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Fotografía de Francisco Largo Caballero (primero a la derecha) y Juan Negrín (en el centro).

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Fotografía del general José Miaja, el mayor Juan de Pablo Janssen y otras autoridades militares republicanas, (al fondo), pasando revista a unidades de la 21ª Brigada Mixta durante un acto en el Parque del Retiro, Madrid, en mayo de 1937.

La situación en el norte y los ensayos de ofensiva

     Entretanto, la situación en el norte se volvía cada vez más desesperada. A principios de junio, los sublevados habían llegado a las puertas de Bilbao. En torno a la ciudad se había construido una imponente línea de fortificaciones de cemento, denominada por los nacionales el Cinturón de Hierro, que abarcaba unos 80 km. Era (y sigue siendo) una fortificación imponente, pero resultaría inútil, pues el ingeniero constructor acabó pasando los planos al enemigo.

     Negrín estaba cada vez más necesitado de una victoria que le ayudase a tomar la iniciativa, y Vicente Rojo creyó tener la solución. Propuso que se realizarán ofensivas en otras zonas de España para así obligar a los nacionales a retirar tropas del norte, al mismo tiempo que probaban la efectividad del nuevo Ejército Popular en el campo de batalla. La propuesta fue aceptada, y Miaja redactó unas directivas el 27 de mayo en las que ordenaba acumular los medios precisos para darle la vuelta a la guerra con operaciones basadas en golpes rápidos.

    La primera de estas operaciones fue el intento de tomar La Granja y Segovia. El 30 de mayo, 3 brigadas de la 2º división, lideradas por el teniente coronel Barceló, y que contaban con 17 piezas de artillería, 27 morteros, 24 lanzagranadas y buen apoyo aéreo, cruzaron la sierra de Guadarrama y trataron de tomar las posiciones. La escaramuza fue un fracaso absoluto. La falta de discreción al traer a las tropas, que hizo que se perdiese el efecto sorpresa, la falta de inteligencia sobre el terreno y el hecho de que las tropas llegasen somnolientas, convirtió lo que tenía que ser una victoria asequible en una encarnizada lucha, que duró hasta el 4 de junio, cuando los republicanos finalmente se retiraron.

     A pesar de todo, los oficiales republicanos mantuvieron el optimismo, afirmando que había sido un efectivo banco de datos para futuras operaciones. Además, esta escaramuza se cobraría una víctima indirecta. El general Emilio Mola, que había cogido un avión para supervisar la defensa nacional, murió en un accidente aéreo a causa de la niebla el 3 de junio. El mando del ejército del norte recayó entonces en manos del general Fidel Dávila.

     El segundo intento fue la ofensiva de Huesca. Bajo el mando del general Pozas, varias divisiones del Ejército del Este y del Ejército del Centro, junto con la XII brigada internacional, bajo el mando del general Maté Zalka (más conocido como Lukács), formaron un cerco alrededor de la ciudad. El objetivo parecía asequible, pero la falta de orden y coordinación en sus ataques, frente a la disciplina férrea de la guarnición sublevada, y la pérdida rápida del efecto sorpresa, pues empezaron a moverse en pleno día, impidió que se cerrase el cerco en Alerre y Chimillas o entrar a la ciudad. Finalmente, las fuerzas republicanas levantaron el cerco el 19 de junio, y se retiraron.

    La situación en el norte empeoró aún más. Por orden del general Dávila, se inició un bombardeo aéreo y artillero sobre el 11 de junio, y al día siguiente, se produce una ruptura en el 4º y 5º sector de las fortificaciones. Los gudaris se defendieron como pudieron, pero finalmente el 19 de junio la ciudad cayó en manos de las fuerzas de Dávila, mientras que el grueso del ejército vasco huía hacia Santander. A finales de este mes, los nacionales terminaron de tomar las últimas posiciones vascas, y avanzaban hacia la capital cántabra.

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Fotografía actual de una de las fortificaciones del Cinturón de Hierro, en Bilbao.

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Fotografía  de tropas republicanas comiendo durante la ofensiva de Segovia, en mayo de 1937.

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Arriba, una fotografía del general Fidel Dávila. A la derecha, una fotografía de los vecinos de Alcocero junto a los restos del Airspeed en el que iba Mola, recuperados en las sierras del Puerto de la Brújula tras el accidente, en junio de 1936. 

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Fotografía de las tropas republicanas en el pueblo de Tierz, yendo a relevar a los soldados de primera línea, durante la ofensiva de Huesca, en junio de 1937.

Fotografía de los gudaris capturados tras la caída de Bilbao, el 19 de junio de 1937.

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Planificación de la ofensiva de Brunete

    Tras la pérdida del País Vasco, el gobierno de Valencia decidió que había llegado el momento de tomar la iniciativa.  Dispuestos a parar la ofensiva nacional en el norte como fuese, los mandos republicanos comenzaron a barajar posibles lugares de operaciones para realizar la primera ofensiva de gran envergadura del flamante ejército republicano.

     Inicialmente Vicente Rojo propuso una operación en Mérida y Oropesa para aislar a Andalucía del resto del territorio nacional, pero esta propuesta no fue bien recibida por los mandos del Ejército del Centro, mayoritariamente comunistas, y acabó siendo descartada. Finalmente decidieron atacar en la zona de Brunete, por su proximidad a Madrid, lo que permitía desplazar tropas con mayor facilidad a la ciudad en el caso de que volviese a ser atacada, y porque, desde marzo de 1937, tan sólo había en la zona un puñado de divisiones y guarniciones enemigas, desgastadas por la guerra de trincheras. 

   El momento había llegado. Bajo el mando supremo del general Miaja quedaron concentrados el 5ª Cuerpo de Ejército, bajo el mando del general Modesto, y el 18ª, bajo el mando del coronel de artillería Jurado. Esta batalla tenía cuatro objetivos:

  • Obligar a Franco a mover tropas del norte, y así dar un respiro a los republicanos en Asturias y Cantabria.

  • Rodear a las tropas del cerco de Madrid, hacerlas capitular y así alejar el frente de la ciudad.

  • Demostrar, tanto a sus enemigos como a la comunidad internacional, que la Segunda República podía hacer frente al ejército sublevado.

  • Tratar de tomar la iniciativa por primera vez en la guerra.

    Los nacionales, aunque desconocían los detalles y la inminencia del ataque, no eran ajenos a esta situación. Semanas antes de que se produjese el ataque, el general nacional Serrador temía un ataque en la zona donde finalmente se desarrollarían las operaciones coma y mostró a sus superiores una viva preocupación por el boquete apto para las infiltraciones enemigas entrenaba Navalagamella y Villanueva del Pardillo, pidiendo refuerzos y que se alertasen a las reservas del centro. Al principio recibió negativas rotundas, pero el día 5, a la vista de las noticias alarmantes que la información suministraba enviaron finalmente algunas pequeñas reservas para reforzar la posición, aunque eran insuficientes para cubrir el frente de 20 km en torno de Brunete. Y llegamos a la noche del 5 de julio...

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Fotografía de una corrida de toros en Brunete, unos pocos años antes de la ofensiva republicana.

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A la derecha tenemos fotografías de dos oficiales republicanos. Son, de izquierda a derecha, el general Juan Modesto y el coronel de artillería Enrique Jurado Barrio.

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Fotografía del general Ricardo Serrador Santés. 

Bibliografía

Bibliografía

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